Vivimos en una sociedad que nos empuja constantemente a ir rápido: comer frente al ordenador, picar algo de camino al trabajo o distraernos con el móvil mientras cenamos. En ese contexto, la alimentación consciente se presenta como una herramienta poderosa para reconectar con nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestras verdaderas necesidades.
La alimentación consciente, también conocida como mindful eating, es una forma de alimentarnos poniendo plena atención en la experiencia de comer. No se trata de seguir reglas estrictas, prohibir alimentos o contar calorías, sino de aprender a escuchar al cuerpo, estar presentes durante las comidas y tomar decisiones desde el autocuidado, no desde la culpa o la inercia.
Una forma muy útil de entenderla es a través de cuatro preguntas clave:
Nos invita a observar qué tipo de alimentos estamos eligiendo. ¿Son opciones que realmente nos nutren y nos sientan bien? ¿O son elecciones automáticas, basadas en el estrés, la costumbre o la comodidad?
Practicar atención: mira tu plato, reconoce los colores, los olores, la textura de los alimentos. Agradece lo que tienes delante antes de comenzar.
Tiene que ver con la escucha de nuestras señales internas: ¿estoy comiendo porque realmente tengo hambre, o porque «toca», porque estoy aburrida o porque tengo ansiedad?
Practicar atención: identifica tu nivel de hambre del 1 al 10 antes de comer. Espera unos minutos si no estás segura. El cuerpo sabe cuándo necesita energía.
Aquí hablamos de la forma en que comemos: ¿como rápido, sin masticar bien, frente a una pantalla o de pie en la cocina? ¿O me tomo un momento para mí, con calma, respetando los tiempos de mi cuerpo?
Practicar atención: baja el ritmo. Deja los cubiertos entre bocados, mastica bien, no tengas distracciones a tu alrededor, respira. Una comida no es solo combustible, también puede ser un espacio de disfrute y conexión contigo.
La pregunta más profunda. Nos invita a explorar la intención detrás del acto de comer: ¿estoy comiendo por hambre física, por aburrimiento, por tristeza, por nervios…? Reconocer esto no es para juzgarnos, sino para conocernos mejor.
Practicar atención: antes de comer algo, pregúntate: ¿qué estoy necesitando realmente? Tal vez no sea comida, sino descanso, compañía, afecto o simplemente desconectar.
La clave está en observar sin juzgar, escuchar el cuerpo y reconectar con el momento presente. Aquí te comparto algunos pasos y señales para empezar:
Hambre física: aparece de forma gradual, sientes vacío en el estómago, puedes comer distintos alimentos.
Hambre emocional: surge de golpe, con antojos específicos, suele ir acompañada de malestar emocional.
Puedes ayudarte con una escala del 1 al 10 para valorar tu hambre antes y después de comer, y así ir reconociendo tus patrones.
Haz una pausa antes de comer. Respira profundo, mira tu comida y hazte las 4 preguntas: ¿Qué como? ¿Cuándo como? ¿Cómo como? ¿Por qué como?
Evita distracciones. Apaga la tele, deja el móvil. Intenta al menos una comida al día en silencio o en compañía consciente.
Come despacio. Mastica bien, saborea cada bocado, escucha cuándo tu cuerpo te dice que ha tenido suficiente.
Presta atención a cómo te sientes antes, durante y después de comer. Eso te dará información muy valiosa.
No juzgues tus elecciones. La alimentación consciente no se trata de hacerlo «perfecto», sino de hacerlo presente y con amabilidad.
Lleva un diario emocional de alimentación. Te ayudará a conectar patrones, emociones y decisiones.
La alimentación consciente no es una dieta. Es una práctica de autocuidado que te invita a reconectar con tu cuerpo y contigo misma. No se trata de hacerlo siempre perfecto, sino de empezar poco a poco a traer más presencia a tu relación con la comida. Y recuerda: cada comida es una nueva oportunidad para escucharte y cuidarte.
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