Hay días en los que comer no se siente como un momento de disfrute, sino como un examen. Como si tuviéramos que demostrar algo todo el tiempo: fuerza de voluntad, control, perfección. Y lo que debería ser un acto cotidiano de cuidado, se convierte en una forma más de exigencia.
Vivimos en una sociedad que nos dice cómo deberíamos alimentarnos, cómo debería ser nuestro cuerpo y qué significa «comer bien». Y, sin darnos cuenta, muchas veces incorporamos esos mensajes como verdades absolutas, aunque no nos hagan bien.
¿Te estás cuidando o te estás exigiendo?
Esta pregunta puede incomodar. Porque muchas veces creemos que comer sano o seguir ciertas reglas es sinónimo de autocuidado. Pero si detrás de esas elecciones hay culpa, miedo o tensión constante, es posible que lo que estamos haciendo sea cumplir un mandato, más que escucharnos de verdad.
A veces, la alimentación se convierte en una forma de tener control cuando todo lo demás se nos escapa. En otras ocasiones, se transforma en el terreno donde descargamos la autoexigencia que llevamos encima en otras áreas de la vida.
Algunas señales de alerta:
Preguntas que pueden ayudarte a mirar con más honestidad:
Porque el autocuidado no debería doler
Cuidarte no es hacerlo todo perfecto. No es vivir midiendo porciones, contando calorías o castigándote por no encajar en un ideal. Cuidarte es también dar espacio a lo flexible, a lo que te nutre de verdad, a lo que te permite vivir con menos carga.
Comer no tiene que ser una lucha. Puede ser un acto de presencia, de respeto, de placer. Puedes empezar por hacerte esa pregunta sencilla: ¿esto lo hago desde el miedo o desde el cariño hacia mí?
AUTORA: ALEJANDRA PONCE BATISTA
Descubre la verdad detrás de los mitos y sumérgete en contenido basado en ciencia.